sábado, 17 de noviembre de 2012

La fortaleza


A veces te cuelas por los resquicios de mi alma,
Pero no importa.
A veces, sin darte cuenta, burlas todas las barreras,
Pero no haces nada.
A veces, te daría todo,
Pero no pides nada.


La guardia entera corría. Decenas de guerreros entrenados solo para proteger aquel lugar. Habían recibido mil asaltos, cientos de emboscadas, decenas de intentos de expugnar aquella fortaleza. Pero nada había conseguido abrirse paso. Ni siquiera aquellos que pidieron permiso para visitarla. Cuando lo solicitaban, les había sido concedido, pero solo para ciertos niveles. Conforme avanzaban revelando nuevas habitaciones, desconocidas incluso para los guardias, todos esperaban que llegara la autorización para que el visitante pasara al siguiente nivel, uno que lo acercara más al recinto central. No obstante, siempre se quedaban lejos.
En cierta forma, a veces, rezaban por ello. Porque entonces el visitante se llevaría el tesoro que custodiaban y serían libres. Y, aún más importante que eso, el tesoro podría ser admirado y valorado por alguien más. Es muy aburrido conservar algo valioso y que nunca nadie sea capaz de apreciarlo. El tesoro, si tenían suerte, sería llevado junto a otro y sus dueños podrían vivir en paz por siempre con aquella fortuna. Pero el momento nunca llegaba y debían escoltar fuera al visitante. Incluso aunque se descubrieran extrañando su presencia que mitigaba un poco la soledad de la fortaleza, lo sacaban. A veces con palabras amables, a veces amenazándolo, incluso burlándose de él.

Sin embargo, allí estaba. Alguien lo había oído en la sala principal. La alerta había saltado mostrando su rostro a cada uno de ellos.

Desesperados, los guardias corrían sin coordinación. Gotas de sudor se deslizaban sin cuidado hacia el suelo, salpicando las paredes de los corredores. Iba a ser robado, estaban seguros. Su vida no sería la misma y pasarían siglos intentando recuperarlo. Pero podía ser peor. ¿Qué pasaba si quemaban el tesoro? ¿Y si lo destruían hasta fragmentos tan pequeños que nunca serían capaces de volverlos a juntar?
Allí estaba otra vez, el rostro del intruso.

¿Cómo había sucedido? Algunos lo vieron pedir su ingreso una vez, pero dijeron que se retiró rápidamente y finalmente dijo que era mentira, un simple impulso del momento, de la curiosidad surgida al avistar la fortaleza desde lejos. Lo habían visto merodear con cuidado, como tantos otros se acercaban a veces, pero parecía inofensivo.

La puerta del recinto estaba abierta y la visión hizo que más de uno se sintiera desfallecer.
Irrumpieron en olas sin control, con la respiración agitada y el corazón latiendo en los oídos.
Sin embargo, en las suaves lozas de mármol que decoraban en suelo, en la visión mística del lugar, en aquella habitación poderosa y frágil al mismo tiempo, se detuvieron como una sola persona.
Temerosos, buscaron con la mirada las consecuencias de su descuido. Buscaron las cenizas, los fragmentos destrozados, la ausencia del brillo, pero todo fue en vano.

Allí, en el espacio central, en aquel resquicio forrado con la suavidad de las nubes y recubierto con un vidrio fino como alas de mariposa, seguía el tesoro. Sentado frente a él, estaba el intruso. Se sentaba con las piernas cruzadas, los cabellos alborotados y la mirada brillante. Al verlos llegar, sonrió sin desviar sus ojos del tesoro.

Uno de los guardias se adelantó. Su primer paso resonó con un eco suave, como un susurro.

Usted no puede estar aquí. Debe irse.

El intruso contestó:

Ya lo sé.

Se puso de pie y, con una última mirada al tesoro, emprendió su camino de vuelta.
En medio de parpadeos de confusión y murmullos extrañados, los guardias lo escoltaron hasta la salida.
En cuanto dejó la fortaleza, un suspiro escapó de todos ellos. Sin embargo, el mismo guardia que se había adelantado la primera vez, lo detuvo.

¿Por qué no lo tocó? ¿Por qué no lo robó? ¿Por qué no lo destrozó?

El intruso sonrió.

Una vez, tuve una fortaleza, también. No tan impresionante como esta, pero era mía. Encontraron mi tesoro y fui feliz. Creí que duraría por siempre, como dicen que los mejores tesoros hacen cuando se unen. Pero lo destrozaron. Ahora siento que solo lo despilfarré. No puedo volver a unir un tesoro y mis guardias ya no son los mismos de antes. Solo imaginen lo que sería cuidar algo con tanto esmero, ver cómo llega a su destino y luego darse cuenta de que en realidad todo fue por nada.

El guardia tragó saliva y sintió un escalofrío recorrerle la columna. No quería que eso pasara con su tesoro. El intruso continuó:

No tengo derecho a tocar lo que ustedes conservan, solo tenía curiosidad por lo que había dentro. Es una fortaleza impresionante y aunque no he visto muchos, creo que es un tesoro que vale la pena. Siento haberlos asustado. No lo he tocado, no quiero dañarlo.

Gracias.

No hay nada que agradecer. ¿Sabe? Es curioso cómo un tesoro tan frágil tiene una fortaleza que hace pensar en cavernas oscuras y tumbas abiertas.

El guardia sonrió.

No pensamos así. Usted no puede verlo, pero hay una belleza extraña en cómo luce nuestra fortaleza. Y la amamos así.

El intruso asintió, pensativo.

Sí, creo que puedo entenderlo. Ha sido corto el tiempo que pude ver el interior pero fue hermoso. Ahora debo irme.

Les dio la espalda y empezó a alejarse. Sin embargo, el guardia no podía dejarlo ir. El intruso había logrado entrar a la fortaleza sin que ellos no notaran, había visto el tesoro y lo protegió como si fuera uno de ellos. ¿Su deber como guardia acababa cuando alguien veía el tesoro o cuando se lo llevaba? ¿No era todo sobre que alguien más lograba apreciar su belleza? ¿Sería igual si después de un tiempo alguien más conseguía llegar al recinto principal? Así que lo detuvo una vez más:


Espere, ¿no desea quedarse? Puede revisar las habitaciones, tal vez encuentre algo de valor, podría quedárselo y volver a juntar su tesoro. Las cosas de algunas habitaciones de la fortaleza son libres, no nos pertenecen y no tenemos órdenes de resguardarlas. Muchas han sido dejadas aquí por otras personas, y son suyas si las quiere.

El intruso sonrió. 

Lo siento, no puedo. Mi tesoro fue destrozado una vez, incluso reconstruirlo no ayudará a que todo vuelva a ser como antes. 

¿Entonces por qué lo intenta?

No lo intento. Solo espero que todo termine, que vaya al lugar donde los tesoros no existen. Hace tiempo que dejé de intentarlo. Nunca va a volver. 

El guardia insistió: 

No puede saberlo. Tal vez...

Pero el intruso negó con la cabeza y la rabia brilló en sus pupilas. 

He dicho que no.

El guardia retrocedió.

Entonces sepa que no puede volver a entrar aquí, nunca más, ni comentar con nadie lo que ha visto. O lo mataremos. 

El intruso asintió y empezó a caminar en dirección al camino que lo sacaría de allí. A pasos lentos y moribundos, pero sin volver la vista atrás. 

Y así, la espera de los guardias continuó. 
Valeria E. Garbo
17 de Noviembre

2 comentarios:

  1. Hola Valeria muchas gracias! ya nos estams siguiendo, es que andamos promoviendo el blog entre varios amigos, es por eso que quizás se repita en varios blogs, en verdad que me apena, pues yo fui el creador del blog y gracias por seguirme!! esperemos que tu estancia en ella sea muy buena y gracias por leer la entrada, estamso en contacto :)

    ResponderEliminar
  2. guau, me encanta! suelo merodear por aquí pero nunca comento, pero esta ve creo que tenía que hacerlo (vale la pena). Si no he entendido mal, el cuento (puedo llamarlo así? o relato breve? en fin, como sea) entero es una metáfora, y me ha encantado, en serio.

    sigue así.
    un saludo

    ResponderEliminar