sábado, 1 de diciembre de 2012

Había olvidado el olor de las clínicas (y el brillo del suelo).
Había olvidado el exacto color verde de las enfermeras (y sus miradas vacías cuando les preguntas si todo va bien).
Había olvidado los médicos que pasan rápidamente (sin fijarse en nadie).

Pero, sobre todo (con lo rápido que me enfermo), había olvidado lo que se siente no ser el paciente, sino quien está en la sala de espera. Quien sigue con la mirada ansiosa a las enfermeras esquivas y los médicos huidizos. Quien salta cada vez que se abre el ascensor. Quien frunce la nariz ante el olor a limpieza desinfectada y se marea con el brillo en las baldosas.

Al menos no duró mucho. Eso tengo que repetirlo: pudo ser peor. Se va a mejorar. Todo va a estar bien.

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